Eduardo Pradilla
Eso.

“A ejemplo de las grandes casas de remate, el Cielo y el Infierno contienen en sus galerías  hacinamientos de objetos que no asombran a nadie, porque son los que habitualmente hay en las casas del mundo...Cuando mueras, los demonios y los ángeles...sabiendo que estás adormecido...llegarán disfrazados a tu lecho y, acariciando tu cabeza te darán a elegir las cosas que preferiste a lo largo de la vida. En una suerte de muestrario, al principio, te enseñarán las cosas elementales...”

 

Informe del cielo y del infierno.

Silvina Ocampo.

Decir “eso” es una forma básica de indicar las diferencias de las entidades del mundo a partir de un gesto y antes incluso de haberles dado un nombre. Tan solo apuntando con el dedo índice se puede decir y diferenciar la existencia de eso, esto o aquello sin explicarlo.

Uno de los primeros libros que adquirí en mi adolescencia fueron Las Odas Elementales de Pablo Neruda, sus poemas a la sencillez de las cosas del mundo me impactaron mucho. Sus odas a la alcachofa, al tomate, a la papa, al aceite, al hilo, al diccionario forman en esos pequeños libros una constelación humilde de lo cercano, de lo tangible e inmediato de cada día.

Lo inanimado tiene una fuerza de atracción propia que se manifiesta en su ensimismamiento y su quietud, su simple estar ahí, en silencio y sin movimiento alguno (still life). Las cosas en su mansa inmovilidad, parecen guardar un secreto que se siente obvio y al alcance de la mano  y al mismo tiempo inabordable y hermético. Mas allá del nombre que les damos, del uso al que las sometemos, del constante desgaste debido a nuestras acciones,  de su obsolescencia, daño irreparable o consumo, hasta el momento en que se convierten en objetos inútiles, abandonados y expulsados fuera de nuestras vidas, mas allá de todo eso, las cosas continúan sosteniendo esa presencia obstinada, constante e inapelable.

Creo que de la misma manera, a través de los años, he mirado y vuelto a mirar con fascinación las naturalezas muertas de Zurbarán, Tomas Yepes, Juan Van der Hamen, Clara Peeters, Osias Beert, Jacob van Hulsdonk y Georg Flegel, las colecciones naturales de Jan Van Kessel y Maria Sybilla Merian, los trompe l´oeil de Edward Collier y Cornelis Gijbrechts o los gabinetes de curiosidades de Domenico Remps y Alexandre Leroy de Barde. Las cajas de Joseph Cornell también fueron en su momento un gozo para mí cuando las descubrí cuando aún era estudiante de arte. Por eso no me sorprende que haya emprendido hace un par de años esta obra que siento algo anacrónica en su atmósfera y sus evocaciones pero que son un homenaje a este gusto adquirido por las cosas elementales.